miércoles, 11 de febrero de 2009

JULIACA A LA ALTURA DEL CIELO

Lisbeth Peves *

Fuente: Quehacer 168. Revista del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, Desco. Lima, septiembre – diciembre 2007. pp.114-117

Aun no era clara para mí la diferencia entre ciudad, departamento o provincia. Cómo podría serlo si apenas reconocía en mi mapa tricolor a las famosas Costa, Sierra y Selva. Sin embargo, ya resonaba en mis oídos ―y era parte de mi lacónico vocabulario― la palabra “Juliaca”. Para mí, Juliaca no era ni ciudad, ni departamento, ni provincia, ni pueblo, ni distrito, ni barrio; tan solo era el lugar que acogía unas cuantas veces al año mi Papi Raúl, mi buen abuelo. ¿Para qué? No lo sabía. Pero entonces, esperaba con ansias su retorno: una vuelta cargada de queso, dulces y chompas de alpaca.

Mi abuelo no viajaba a Juliaca por turismo o placer; era, en realidad, la ruta que le permitía vender los instrumentos musicales que aquí, en Lima, permanecían en el taller sin posibles compradores. Es que mi Papi poseía el arte para fabricar trompetas, bajos y trombones, esos instrumentos que en época de Fiestas Patrias se lucían en las marchas escolares y hasta en los desfiles militares.

Pero no siempre el trabajo hacía retumbar las habitaciones del taller. A veces se silenciaban. Era entonces que, tras envolver bien los instrumentos y enviarlos por una agencia, mi abuelo se embarcaba hacia Juliaca, donde los recibía. Lo que seguía era cuestión de perseverancia, afabilidad y pactos.

Años más tarde, cuando dejé de pensar en los viajes a Juliaca de don Raulito Trujillo como dos puntos aislados llamados partida y llegada, escudriñé en aquel tramo que los unía: que hacía mi abuelo en Juliaca, por qué Juliaca, cómo es Juliaca.

Juliaca es la capital de la provincia andina de San Román, ubicada en el departamento de Puno. Fue nombrada como ciudad en 1908, tras ser creada en la administración de Simón Bolívar, el Libertador, hacía 1826. Está situada estratégicamente para fundamentar su principal actividad económica en el comercio, pues es el camino obligado de todo aquel que, por vía terrestre, se dirija hacia Cusco, Arequipa, Lima, Puno y Bolivia. A lo largo de todo el año grandes ferias se realizan en Juliaca a la espera de heterogéneos compradores, y lo son en la medida en que esta ciudad tiene de todo para todos.

Para eso mi abuelo llegaba a sus tierras: para venderles a los comerciantes de esos mercados los instrumentos musicales que luego serían parte de orquestas y bandas que tocaban durante las fiestas patronales. También tenía algunos viejos clientes que exportaban hacia Bolivia y zonas aledañas; eran ellos los que muchas veces ―aun sin estar plenamente convencidos― cedían ante la dulce mirada del buen señor Raúl, que proponía entregar la mercadería y que luego se le fuese pagando a plazos. “Vas a ver que van a salir”, me cuenta mamá que le decía a mi angustiada abuela antes de partir.

Si quiero y añoro a Juliaca sin haberla visitado es porque me acerca el recuerdo de mi abuelo, que, en honor a su trabajo, partió ―y no precisamente a Juliaca― un viernes 28 de julio de 1995, antaño época de intensa labor. Además, ocurrió en una fría mañana, como rememorando su estancia en medio de la meseta altiplánica, resistiendo el tiránico invierno de Juliaca y los fuertes vientos que acarician y golpean (depende) la mayor parte de los meses. No en vano se le denomina “La ciudad de los vientos”.

Escuché decir que también se le llama “Ciudad Calcetera”, debido a que muchos de sus pobladores se entregan a la fabricación de calcetas o calcetines, chompas, ponchos, bufandas, gorros y guantes de lana de alpaca u oveja, imprescindible para mantener el cuerpo caliente. Bueno, aunque para calentarse también es menester probar el chairo, que es un caldo preparado a base de chuño molido, carne de cordero y diversas verduras; un plato que mi abuelo debió probar más de una vez.

En Juliaca recae todo el mercado de la Región Puno, además de contar con casi todos los medios de comunicación. Tiene servicio de trenes y buses, y es reconocida por el Aeropuerto Internacional Inca Manco Cápac, que tiene la pista de aterrizaje más larga de todo Latinoamérica. “¡Cuánto has crecido Juliaca!”, diría hoy mi Papi Raúl, y seguro que ni don Simón Bolívar imaginó el ingenio de los juliaqueños para aprovechar, con piel de acero y ánimo de guerra, sus condiciones geográficas y su espíritu.

Pero hay más en Juliaca: hay fe y tradiciones.

(...)

* Estudiante de periodismo de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP

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