martes, 28 de abril de 2009

EKEKO, ALACITAS Y CALVARIOS

La fiesta de la Santa Cruz en Juliaca

Federico Arnillas L


Fuente: Arnillas Lafert, Federico (1996). “Ekeko, Alacitas y Calvarios: la fiesta de la Santa Cruz en Juliaca”. En Allpanchis 47. Cusco, Instituto de Pastoral Andina, 1996, pp. 119-135

Entre 1986-1987 llevamos a cabo, conjuntamente con José María Rojo, en ese entonces párroco de Cristo Rey de Juliaca, un estudio sobre dicha ciudad.

El trabajo, que contó con el apoyo del IPA [Instituto de Pastoral Andina], se propuso construir una visión de la ciudad de Juliaca, incluyendo: a) la articulación de este núcleo urbano con las dinámicas sociales y en especial económicas de nivel regional y nacional, b) la dinámica de la ciudad misma, los diversos espacios que la conformaban, los procesos mediante los cuales se generaron, la infraestructura de que dispone y los usos que recibe, c) la población que la habilita, sus orígenes, sus condiciones de vida, sus forma de organización y gobierno, sus expectativas, sus prácticas y su imaginario religioso.

El inicio del estudio coincidió con la celebración de las fiestas de la cruz, por lo que en una carrera contra el tiempo seleccionamos algunos puntos para ser observados en estas celebraciones.

El 3 de mayo de 1986 encontramos otra Juliaca. Nuestro objeto de estudio inicial sólo parecía existir 364 días al año, porque ese 3 de mayo apareció, sobre las laderas del Huayna Roque, otra ciudad: con sus propias calles y casas, comercio, vida religiosa, autoridades y, como descubrimos más tarde, un amplio tejido de relaciones que en el espacio y el tiempo vinculaban a esta otra Juliaca con otra muchas localidades.

El 4 de mayo la Juliaca de arriba pareció desaparecer nuevamente y nos quedamos otra vez con la Juliaca de abajo. Pero la curiosidad estaba sembrada: ¿qué relación había entre una Juliaca y la otra?, ¿podríamos acercarnos al conocimiento de una sin la otra?, ¿qué nos dice una de la otra?, ¿podríamos construir una visión de Juliaca sin tener en cuenta esta otra ciudad?

En los meses posteriores nos dedicamos al estudio de la primera Juliaca, ésa que a nuestro parecer existía 364 días al año, mientras nuestra curiosidad por la otra crecía y con ella la idea y, a la vez, la necesidad de aprovechar su siguiente aparición para conocerla.

El 3 de mayo de 1987 llevamos adelante un complejo trabajo de campo para tratar de recoger el máximo de información posible sobre esta otra ciudad de Juliaca, antes de que se nos volviese a escapar de las manos.

Lo que este artículo quiere presentar es parte de esos resultados. Hoy día luego de más de ocho años, esperamos que estos datos, aunque un poco antiguos, puedan ser de utilidad a quienes hoy quieren conocer cualquiera de las dos Juliacas o, por lo menos, algo de su historia.

De la Construcción de la “Juliaca de Arriba”

En la mañana del 3 de mayo, aún los rayos del sol no cortan el cielo y ya se puede apreciar un fuerte movimiento en la ladera del cerro del Calvario, apu principal de la región. No se trata de una gran montaña, pero u presencia rompe y destaca sobre la meseta altiplánica y parece tratar de conectar, con un esfuerzo supremo que viene desde las profundidades, la tierra y el cielo.

Desde principios de siglo, a los pies de esta elevación se encuentra la línea del ferrocarril, que, viniendo de Arequipa y la costa –ámbitos de temprano asentamiento de españoles vinculados al comercio y la producción manufacturera-, se bifurca en este punto hacia Cusco –en su mejor tiempo, centro del imperio quechua- y hacia Puno, el lago y más allá, donde se encuentran las raíces del imperio Tiahuanaco y el pueblo aymara.

Línea ferroviaria que se entretejió con una red de caminos, dando a este espacio una mayor centralidad y reforzando su condición de punto de encuentro –con lo que de enriquecimiento y conflicto implica- entre diversos espacios, culturas, dinámicas sociales y económicas. Centralidad que, a su vez, se fue consolidando a lo largo de los siguientes años, por el dinamismo productivo y comercial que hombres y mujeres de diversos orígenes le dieron, conforme se asentaron a su alrededor.

Esta mañana de mayo la actividad se ha desplazado. El camino que conduce al Calvario tiene una prioridad o jerarquía de la cual ningún plano vial da cuenta, pero la gente sí reconoce. En la parte baja, a la vera del camino de subida al Calvario, se instalan ya, a esas primeras horas, mesas de metal o madera, algunas forradas en fórmica, encima de las cuales se van extendiendo diversas mercaderías.

El primer tramo de este camino nos lleva hasta una elevación desde la que se domina una ciudad que, estando más a nuestra vista, va quedando atrás. En esta elevación se ha construido, en otro tiempo, una cruz –la principal, a decir de muchos-, cuyos trazos son marcados por fluorescentes que se encienden todas las noches, incluso en ésta que está terminando y que a esa hora de inicio del día todavía permanece encendida. Mientras, un sacerdote católico se prepara a celebrar la misa y un grupo de personas se mantiene en actitud orante.

En sus inmediaciones, diverso grupos de jóvenes vinculados, en un porcentaje significativo, a instituciones educativas de la “Juliaca de abajo” –como confirmaríamos más tarde- levantan esa mañana, con maderos y toldos, kioscos para la posterior venta de comidas.

El camino no se detiene en esa elevación, se proyecta hacia la cumbre siguiendo casi la línea divisoria de aguas, pudiéndose apreciar en sus inmediaciones, en diversos puntos y siempre en línea ascendente, pequeñas explanadas con unas rústicas construcciones de cemento, en las cuales, buena parte de los otros días del año, aparecen diversas cruces de madera, que ya hace días fueron retiradas.

Mirando hacia la cruz, sobre la ladera derecha, la que mejor recibe la luz del sol en esta época del año, se puede apreciar una gran cantidad de personas de diversas edades moviendo piedras y limpiando el terreno. Muchos han estado en esta actividad los tres o cuatro días previos y los resultados de la misma se vislumbran ya con claridad: han demarcado caminos y un gran número de pequeños lotes de terrenos, donde, a su vez, han levantado con tierra y piedras de la zona pequeñas edificaciones representado casas y fincas.

A esas primeras hora del día el trabajo aún no ha terminado y, mientras algunos limpian y arreglan las construcciones de los días anteriores, otros se apresuran a levantar nuevas edificaciones. De esta forma, la “Juliaca de arriba” va tomando forma para recibir a sus moradores.

Así, cerca de las diez de la mañana, los cuatro espacios básicos en los que se divide esta otra Juliaca, es decir, la zona de las cruces, de los puestos de ventas de mercancías, los kioscos de comida y los terrenos de “vivienda” son ya reconocibles claramente.

Del Poblamiento de la Ciudad

El proceso de poblamiento de la ciudad es algo que parece empezar con mucha anticipación. En nuestro sistema temporal, el antecedente inmediato más antiguo es la designación, un año antes, de las familias (hombre y mujer) que tendrán a su cargo los ritos de la cruz en esta oportunidad, recibiendo el título de “alferados”.

Desde su designación, si no desde antes, estas familias se han ido preparando, poniendo en juego muchos aspectos, como su devoción, su prestigio, su solvencia económica, etc., todos ellos vinculados a su presente, pero en especial (y de esto la gente está muy consciente y tiene especial preocupación) a su futuro.

La recta final de la preparación empezó una semana antes, cuando los alferados y un grupo de acompañantes, devotos, se dirigieron hacia el cerro a recoger sus respectivas cruces. En lo días posteriores, éstas fueron pintadas y arregladas, como también las bases de cemento en el cerro, donde el 3 de mayo volverían a ser colocadas.

En los días que la cruz permanece en la casa de los alferados, en la “Juliaca de abajo”, la vivienda se transforma en una capilla o centro de adoración donde se vela la cruz. Si es necesario, la tienda o el pequeño negocio se cierra, porque las atenciones se dirigen a la cruz y a quienes vienen a rezarle en la novena, la cual, de ser posible, será dirigida por una cura o rezador de la localidad. Café, licor y comida no deben faltar en estas noches, donde se terminan de ajustar los preparativos.

En muchos casos, asumir la condición de alferados va vinculado a la decisión de la pareja de “formalizar” su convivencia, o a la nada discreta imposición de que ese matrimonio se produzca, si es que quieren que el cura oficie la misa. Es también oportunidad de bautizo de los hijos menores.

Para el 3 de mayo, en las casas que han velado la cruz, la comida, la bebida y los músicos tienen que estar listos a temprana hora de la mañana. El camino empieza en peregrinación a la iglesia principal, donde se van reuniendo una a una las cruces, vestidas con sudarios nuevos, con sus alferados, sus músicos y demás devotos y acompañantes para oír la misa solemne.

Hacia la una del día, las cruces ya han recorrido el camino del Calvario y están siendo colocadas en sus respectivas bases. Las bandas tocan y se percibe la presencia de uno que otro rezador o cura, mientras que las ollas con comida y las cajas de cerveza se van acomodando en las inmediaciones.

No falta la presencia de un pako o yatiri que inicia una ceremonia de pago a la tierra por los favores recibidos.

Aun cuando diversas personas se acercan o circulan entre las cruces, los grupos que se forman alrededor de los alferados son relativamente cerrados. Los curiosos participan de la música, tal vez de algún rezo, pero rara vez de la comida o la bebida.

Siguiendo las cruces, si no anticipándose a ellas, a esa hora del día ya el cerro se encuentra lleno de gente que ha abandonado la “Juliaca de abajo”.

Hacia las once de la mañana contamos 237 puestos de ventas de mercaderías en la subida al cerro. Registramos también 28 kioscos instalados con sus mesas y sillas, listos para ofrecer parrilladas, papas a la huancaína y, por cierto, cerveza; sólo uno ofrecía chica.

Hacia la una del día, momento en que llegaron las cruces y sus acompañantes, los terrenitos, viviendas y fincas localizadas en la ladera del cerro se encuentran –en su gran mayoría- ocupados por sus “nuevos propietarios”.

Mientras tanto, la migración de la Juliaca de abajo a la Juliaca de arriba continúa y efectivas masas de gente, de las más diversas condiciones sociales de la Juliaca de abajo, se apretujan en el camino a la Juliaca de arriba. En el municipio provincial se ha discutido sobre la conveniencia de hacer un camino de subida y otro de bajada, para ordenar este flujo, pero no se ha adoptado un acuerdo al respecto.

Entre lo Mágico-Religioso y lo Lúdico

Las razones para esta migración son mucho más profundas de lo que se puede imaginar a primera impresión. En su presentación más aparente, se trata de un “día de descanso” para toda la ciudad, en el cual las motivaciones religiosas de algunos son un pretexto para el esparcimiento de todos; pero, a diferencia de otros feriados, este día toma una forma muy específica, y el elemento lúdico domina sobremanera.

Se migra a la Juliaca de arriba para “hacer realidad” una serie de ilusiones y deseos. Se va a buscar arriba lo que se quiere tener en la Juliaca de abajo y no se tiene. Hombres y mujeres, grandes y chicos, se lanzan a este “juego de ilusiones” del que cada vez hablarán menos como juego y más como fe.

El Mercado Inmobiliario

Lograr un sitio para residir en la Juliaca de arriba es muy importante si uno quiere después lograr un sitio en la Juliaca de abajo. Paralelamente, serán los que buscan un sitio en la Juliaca de abajo los que se empeñaran primero en buscar uno en la Juliaca de arriba.

Lograr un sitio es una acción que está mediada por el mercado inmobiliario, cosa que también ocurre en la Juliaca de abajo, de manera mucho más extendida de lo que ocurre en otras ciudades del país.

Entre 1986 y 1987, la Juliaca de abajo contaba con áreas de expansión identificadas en planos, así como con obras de urbanización en curso (principalmente trazado de vías), como ninguna otra aglomeración urbana del país. A su vez, en la mayoría de los barrios populares existentes en esa fecha, sus moradores habían adquirido mediante compra-venta sus lotes de terrenos y no por invasión, como ocurre en otras localidades.

Como hemos visto, para la Juliaca de arriba, las “obras de urbanización” ya habían sido realizadas en los días previos, para concluirse apresuradamente esa misma mañana. La información recogida no permite medir exactamente el tamaño de la “oferta inmobiliaria” en la Juliaca de arriba, pero un estimado conservador nos lleva a calcular cerca de 480 los predios ofrecidos. El trabajo de campo se centró en 48 casos, para los cuales se realizaron entrevistas y seguimiento a lo largo del día.

Con la llegada de los “migrantes de la Juliaca de abajo”, los “urbanizadores” de la Juliaca de arriba se transforman en efectivos “corredores inmobiliarios” –actividad que no parece tener un equivalente tan significativo en la Juliaca de abajo-.

Las transacciones se concentran hacia las doce del día. Al decir de los compradores entrevistados, la hora es muy importante para que las aspiraciones se cumplan después en la Juliaca de abajo. Saben que esta aspiración, no será satisfecha “así no más”. La casa que se busca en la Juliaca de abajo requerirá el esfuerzo familiar de un año o tal vez tres, pero el haberla adquirido acá, en la Juliaca del cerro, dentro de las horas adecuadas, será un augurio y estímulo para lograrlo allá.

Los interesados recorren esta parte del cerro indagando precios y comentando sobre las viviendas que ven y los terrenos que las mismas ocupan. Como en toda ciudad, los hay más grandes y más chicos, con casa mejor construidas o peor. En el sistema métrico que aplicamos en la Juliaca de abajo, las dimensiones de los terrenos de la Juliaca de arriba fluctúan entre 1 y 5 m2, pero sus potenciales compradores y sus no menos inquietos vendedores nos muestran, en sus preguntas y respuestas, las inmensidades de estas mansiones: jardines, canchas de bulbito, antena parabólica, toda una chacra, una vivienda completa de cuatro habitaciones y garaje para varios vehículos, son parte de las cosas que estas viviendas tienen.

Los compradores observan con cuidado que la vivienda se adecue a sus necesidades y posibilidades, que puedan acomodarse bien allí y quizás que tenga espacio para hacer alguna ampliación o construir más tarde un edificio moderno.

Los valores de las propiedades se fijan en similares unidades monetarias que en la Juliaca de abajo. Así, los precios se anuncian en millones y, por cierto, varían según el predio y su localización. A la hora de cerrar la operación, un billete de baja denominación, como los que se usan todos los días del año, pasará de unas manos a otras y todos hablarán de los “millones pagados”.

A diferencia de la Juliaca de abajo, en esta nueva Juliaca todos son muy cuidadosos de la formalidad. La transacción queda registrada en un documento escrito, cuyo formato impreso ha sido previamente comprado en los puestos de mercaderías a la subida del cerro y que hace mención a la “Fiesta de las Alacitas de la Santísima Cruz”. En el documento se asienta solemnemente el nombre del comprador y el precio pagado por el predio. Un notario certifica la operación y recibe también el pago de sus respectivos honorarios.

Un brindis cierra toda la operación.

Más tarde, al regresar a la Juliaca de abajo, el título quedará colocado al lado del infaltable Ekeko que, a lo largo del año, acompaña a la familia en su vivienda.

La Vida en la Juliaca de Arriba

La instalación de las familias en sus “nuevas viviendas” sigue un patrón más o menos común según los 48 casos para los cuales se hicieron entrevistas y observación más en profundidad.

Reconocida y “visitada la propiedad” por todos los integrantes del grupo familiar que han concurrido conjuntamente al cerro, se realiza el rito del “challar” la casa.

Se abre la botella de cerveza y su contenido se comparte simultáneamente entre los adultos participantes y el propio terreno, sobre el cual se vierten con mucho respeto algunos vasos. No faltan algunas oraciones “con mucha fe para que se nos cumpla el deseo”. Si se consigue un rezador o cura para que eche un poco de agua bendita, mejor aún. Estos sentimientos y prácticas mágico-religiosas están presentes aun en los discursos de aquellos que justifican en parte su acción como un juego.

Las relaciones con los vecinos se establecen al principio de la jornada y los vasos de cerveza o cóctel pueden pasar de una casa a otra mientras se realiza la “challa”. Pero, a lo largo del día, las relaciones principales serán entre padres e hijos al interior de la “nueva vivienda”. Para los casos observados en mayor profundidad, destaca el hecho de la casi total ausencia de jóvenes en esta área.

Las relaciones observadas entre adultos y niños muestran una horizontalidad poco frecuente en el resto del año. Niños y adultos aportan ideas y sugerencias para hacer mejor la casa y participan casi por igual en su realización. Pedazos de cactos de los alrededores se convierten en los “perros bravos” que cuidan la propiedad, se arregla la cerca, el estacionamiento y se le hacen otras mejoras.

Los discursos con los que los entrevistados nos describieron lo que contenía y habían puesto en “su propiedad” muestran una efectiva apropiación física y simbólica de la misma. En el correr del día, ése será su centro de referencia. Desde allí se desplazarán a comprar comida o cerveza, a raer oras cosas para sus viviendas. Los niños “podrán salir” y saben adonde deben de volver.

Sólo registramos una operación de reventa en los lotes observados y la mayor parte de las familias no abandonaron sus lugares hasta que llegó la hora de volver a la Juliaca de abajo, al final de la tarde. En varios de los casos, una pequeña piedrita de la casa de la Juliaca de arriba iba con ellos, con la esperanza de que sea la primera piedra de la casa nueva de la Juliaca de abajo.

Los Puestos de Alacitas

Como a las tres o cuatro de la tarde, el número de puestos dedicados a la venta de mercaderías diversas se ha incrementado en un 30% respecto a los 237 que contamos hacia el final de la mañana y que tomamos como universo para el levantamiento de información. Ello sin considerar a los efectivos vendedores ambulantes que, confundidos con la multitud, van ofreciendo sus productos de acá para allá.

La Juliaca de arriba tiene un dinamismo comercial que parece rebasar con creces al de la Juliaca de abajo, por más que ésta sea el principal mercado del departamento.

El término “alacitas”, con el cual se denomina la mayor parte de las mercaderías que en estos puestos se ofrecen, deriva de la voz aymara para la expresión “cómprame”. Y, en verdad, a eso invitan estas pequeñas mercaderías que representan, con una perfección increíble, los más variados productos que uno pueda imaginar y en especial (porque en esto reside el espíritu de la fiesta) desear.

El tamaño de los puestos varía, pero la mayor parte de ellos (70%) tiene un frente de lote de entre uno y tres metros. A su vez, la gran mayoría de ellos son atendidos por una sola persona (73%). Dos de cada tres vendedores de alacitas son mujeres y de éstas seis de cada diez son mayores de 25 años. La presencia de niños en los puestos de venta no es nada despreciable: cerca de uno de cada cinco de los vendedores son menores de quince años y, aun cuando en estos rangos de edades la presencia de niñas es proporcionalmente menor que la observada a nivel de conjunto, sigue siendo mayoritaria. Estos resultados son muy similares a los que se observan en las ferias y paraditas de la Juliaca de abajo.

Con poco más de un 10% de los vendedores se llevaron a cabo entrevistas en profundidad. Ocho de cada diez nos comentaron que eran residentes de Juliaca y el resto procedía principalmente del propio departamento de Puno.

La imagen de que hay un circuito de vendedores especializados es algo que no se puede descartar. El 62.5% de nuestros entrevistados señaló que habían participado antes en estas actividades. Además, dos de cada tres señalaron expresamente que habían adquirido su mercadería de fabricantes o mayoristas. Si tenemos en cuenta que la venta de alacitas es una práctica que se presenta en diversas localidades de Perú y Bolivia, bien podemos hablar de una industria dedicada a este rubro.

Pero la motivación económica no parece ser la única razón para dedicarse a la venta de estos productos. Uno de nuestros entrevistados señaló: “si hay negocio en las alacitas, hay también trabajo para nosotros; si no hay negocio, no hay cosecha, no hay trabajo, no hay nada”. En alguna medida, la suerte de los próximos 364 días del año se juega también en este día.

Según las entrevistas aun en la Juliaca de arriba los comerciantes no se escapan del todo a la autoridad del municipio de la Juliaca de abajo. Todos nuestros entrevistados señalaron que habían pagado impuestos al municipio y un 18.8% declaró que incluso el sitio lo habían conseguido mediante esta institución.

Las Alacitas

El análisis sobre productos ofrecidos no fue una tarea fácil, dada la diversidad de los mismos. Los productos fueron clasificados en 17 ítems. 13 corresponden a alacitas en el sentido más estricto y se relacionan con giros tales como: abarrotes, ropa, electrodomésticos, viviendas y edificios, materiales de construcción, títulos y documentos, etc. Los cuatro restantes incluyen: ekekos, artesanías de arcilla y otros objetos religiosos, todos ellos los podemos vincular con la fiesta y sus simbolismo, y puestos de venta de “no alacitas”

El cuadro siguiente nos muestra las alacitas que más se ofertaban en los puestos fijos. Además, “billetes” de los más diversos tipos y denominaciones eran parte de la oferta de muchos de los puestos, pero, en especial, de los ambulantes (como los “cambistas” de cualquiera de nuestras ciudades).

GIRO % (*)
Casas y edificios 35.4
Productos alimenticios 26.6
Vehículos automotores 22.4
Herramientas e instrumentos de trabajo 21.5
Artefactos para el hogar 13.1

(*) Respuestas múltiples. Nº 237

La información recogida muestra que la distribución espacial de los puestos de alacitas, según “giro principal del negocio”, presenta tendencias a una especialización espacial, como ocurre con el comercio de casi cualquiera de nuestras ciudades.

Explorando las Aspiraciones

El saber qué se ofrece no es igual a saber qué se compra, ni menos quiénes y por qué. La información recogida a este respecto en el marco de la fiesta no es lo suficientemente representativa, pero de ella surgen algunos puntos que vale la pena destacar.

La apreciación de nuestros diversos entrevistados (hombres y mujeres adultos de diversa condición social) pone énfasis en razones de fe y de tradición. Expresiones como las siguientes, además de frecuentes, son ilustrativas de las motivaciones: “si uno compra esto puede llegar a comprar la verdadera cocina que es grande”. “Es bonito… hoy día hay que tener confianza en este cerro, por este motivo estamos comprando”. Aun en aquellos discursos que más resaltaban la dimensión lúdica de su acción, se pueden encontrar rasgos de una fe en la alacita, el Ekeko, el cerro o la cruz.

Las alacitas son talismanes, comunican una suerte, un poder sobrenatural al que las posee. Pero, para ejercer ese poder, para tener esa suerte, se requiere de un esfuerzo especial por parte de su poseedor. No basta tenerlo en la mano, ni decir en voz alta qué se desea para lograrlo; en ese sentido no son “varitas mágicas”. Los compradores de los terrenitos o “calvarios”, como se les denomina en la tradición boliviana, así como los que compraban casa o edificios en los puestos de alacitas, nos hablaban del esfuerzo que tendrían que hacer en el tiempo venidero para tener esa vivienda que deseaban. Al volver a la casa en la Juliaca de abajo, la alacita puesta al lado del Ekeko les recordará cada día ese deseo, les dirá desde donde está: consígueme, “comprame”.
Uno de los objetos sin duda más buscado era la vivienda, tanto la unifamiliar como los edificios. Las que se ofrecían en los puestos de alacitas y que, a decir de sus vendedores (y compradores), correspondían con la preferidas por el público eran los clásicos “chalets”, con un patrón constructivo que se asocia inmediatamente a las clases medias y altas limeñas o arequipeñas, que nada o poco tienen que ver con lo que en la ciudad de Juliaca se encuentra o se requiere. La demanda por edificios no era menos significativa y los que se ofrecían bien podían ser la maqueta de un edificio del residencial distrito limeño de Miraflores.

De acuerdo a las entrevistas efectuadas, la compra de alacitas de abarrotes, alimentos, artículos de limpieza y similares tenía menos que ver con la estrechez económica de las familias que con el deseo de “tener una tienda bien abastecida”.

En una ciudad con el dinamismo comercial de Juliaca no deja de llamar la atención que la educación siga siendo vista como un terreno de aspiraciones importantes. No faltaron compradores –jóvenes principalmente- para títulos de ingenieros, abogados y otras de las múltiples profesiones que ofrecen las universidades del Altiplano. Para nuestro pesar, no encontramos un título de sociólogo o antropólogo.

Vehículos automotores y licencias de conductores profesionales eran objetos codiciados por no pocos varones. Entre los preferidos: “un (camión) Volvo para hace negocio”.

Mirando lo que ofrecían los puestos de alacitas, muchos se detenían en los “boletos de avión”. Los había de todas la líneas aéreas: Aeroperú, Lloyd, Lan Chile, pero entre los más buscados estaban los de las líneas aéreas americanas o europeas.

Pero de todas las cosas deseadas y buscadas, la que, al parecer, nadie estuvo dispuesto a dejar pasar fueron los billetes y dentro de éstos, los preferidos por todos fueron los dólares, en especial aquellos de cien dólares con la imagen de la virgen de Urcupiña o, mejor aún, unos grandes billetones de “one thousand dollars”, donde la imagen de la virgen iba acompañada de la de Ekeko, “dios de la abundancia”, cargado de harina, azúcar, pero también de auto, casa, televisor, charango, equipo de sonido…

El Ekeko

La literatura disponible sobre el Ekeko nos habla de sus raíces precolombinas, como una suerte de divinidad menor, de figura antropomorfa, jorobada y prominente miembro viril, vinculado a la abundancia y la fertilidad. Al parecer, esta condición de “divinidad menor” o, más precisamente, talismán antropomorfo, favoreció para que fuese tratado como superstición y no como idolatría herética, facilitando su supervivencia frente a las persecuciones que otras deidades sufrieron.

Sin embargo, según dicen, para hacer esta supervivencia, el Ekeko tuvo que cambiar su figura, adoptando aquella con la cual ha llegado a nuestros días, como la reflejada en ese billete de “one thousand dollars”: la de un hombre gordo, de tez blanca, rojos cachetes, sonriente expresión y pinta de mercachifle.

La tradición oral aymara de la zona comprendida entre Yunguyo y Chucuito, según la recopilación hecha por Víctor Ochoa y publicada a mediados de los 70, habla de “un hombre bajo y gordito enviado de Dios… realizaba toda clase de milagros, andaba por los pueblos aymaras enseñando las buenas costumbres… que vivan unidos… siempre caminaba alegre, sonriente, enseñándoles amor, alegría… cuando se iba añoraban su presencia… se hicieron imágenes suyas y le ponían productos de la chacra y figuras de animalitos para que Ekeko pudiera bendecirles con víveres o animales”.

Nuestros entrevistados no se cansaron de repetirnos: “el Ekeko tiene que ser regalado o robado, comprado no vale”. Tal vez ello explique por qué sólo un 4% de los puestos estaban dedicados principalmente a la venta de estatuillas de este singular personaje, cuya presencia, sin embargo, parecía inspirar la acción de todos.

Lo que en el hoy de la fiesta es claro es el hecho que el Ekeko sigue estando asociado a la alegría y a la abundancia, al deseo profundo de tenerlas y al esfuerzo que demanda lograrlas. Y, como lo señala un periódico puneño: “quien lo tiene podrá fiarse de él como un excelente amuleto para lograr lo que se quiere”. Pero siempre que, como señala el mismo diario, no se olvide que “el Ekeko se va con quien necesita amor, un poco de alegría y mucho de esperanza… el hombrecillo es burlón y suele irse risueñamente cuando quiere”.

Han pasado diez años y, si bien sentimos la curiosidad de volver a ella para conocerla mejor e indagar sus cambios, de una cosa estamos seguros: la “Juliaca de arriba” seguirá siendo uno de esos túneles mágicos a través del cual los hombres y mujeres del Altiplano mantendrán en contacto elementos recóndidos del pasado con el futuro incierto marcado por la globalización y el mercado.

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