lunes, 3 de enero de 2011

EL TEMPLO DE SANTA CATALINA

LA IGLESIA BLANCA



ESCRIBE: SUSANA MENDOZA SHEEN

FOTOS: CÉSAR GARCÍA LANFRANCO



La iglesia matriz de Juliaca es mestiza en su concepción arquitectónica, pues se construyó con materiales de la zona andina y diseño español del siglo XVII. En la actualidad, es referencia del arte colonial y sincretismo religioso, que se desarrollaron en el Altiplano.






La capital de la provincia de San Román, en Puno, es injusta con su propia historia. Lo preínca y el mestizaje colonial que se gestaron en la meseta del Collao están ausentes de la visión del turista porque durante el trayecto del aeropuerto al centro de la ciudad sobresalen las avenidas sin limpiar, calles y pistas a medio construir, y la suciedad del tiempo instalada en las paredes de algunas casas.

Aún así, en Juliaca, una joya arquitectónica de sillar y piedras de la zona, ubicada en la plaza de Armas, se erige desde hace más de 360 años. Es la iglesia matriz de Santa Catalina. La congregación jesuita, que cruzó altamar durante el siglo XVI para anclarse en zonas serranas de las nuevas tierras conquistadas, levantó un hogar para la Virgen de Santa Bárbara, un lugar para ofrecer la liturgia de la fe en condiciones respetables.

Las primeras edificaciones del templo se realizaron en 1649, fue una capilla donde se colocó a la Virgen María. Que haya sido construida con sillar no llamaría la atención si ese tipo de piedra abundara en la zona altiplánica. Al parecer, cuenta el profesor juliaqueño y autor del libro Temas históricos de Juliaca, Hugo Apaza Quispe, ese material habría llegado de las canteras de Lampa y de las mismas faldas del Misti.

Tiempo les llevó a los jesuitas abrir las puertas de la iglesia colonial. Más de ciento cincuenta años, aproximadamente. Un tiempo que fue testigo de problemas de presupuesto que enfrentó la orden; suspensiones de trabajo que anunció el Obispado de Cusco porque los mitayos que trasladaron el sillar hacia Juliaca y armaron el calicanto fueron utilizadoscomo mano de obra para la explotación de las minas; y de la expulsión de la congregación jesuita en 1767, que también desaceleró los ímpetus misioneros.

A pesar de los acontecimientos, nada aplacó el deseo de los curas y de los vecinos por tener un lugar donde cobijar sus oraciones, y gracias a los buenos oficios económicos en doña Catalina Fernández y Fernández, en 1774, ingresaron españoles, pueblos aimaras, quechuas, uros y puquinas que celebraron el sincretismo religioso.

La iglesia matriz iba a llamarse Santa Cecilia, y se convirtió en Santa Catalina en homenaje a la dama generosa, pero a causa de las dificultades que se presentaron durante su construcción, levantaron solo una torre, que hoy la distingue de los demás templos que se crearon durante la expansión española. Un detalle mestizo que le da un toque de originalidad a la ciudad de Juliaca.




LA DANZA DE LOS SOLDADITOS
Cada 25 de noviembre se le rinde tributo a Santa Catalina, y en cada homenaje la acompañan sus custodios: los Soldaditos de Santa Catalina, una danza con ingredientes militares y religiosos que recoge manifestaciones andinas e hispanas.

Por el lado militar andino, a los soldados se les llama Mata ccaras, Yana curos y Aya curos; por su vinculación española, los danzarines imitan la organización jerárquica del ejército hispano. En lo religioso, este baile se creó para celebrar a Santa Catalina, patrona colonial de Juliaca.

A ella se suman otras dos que existieron durante la colonia: Santa Cecilia y Nuestra Señora de la Purificación. Ambas desaparecieron, sostiene el historiador Apaza Quispe, porque una serie de cambios socioeconómicos se gestaron a finales del siglo XVIII, el más importante fue la migración de la población urbana hacia otras ciudades del sur, lo que le restó vigor a la capital de la provincia de San Román.

Hasta 1920, las transformaciones sociales afectaron a la iglesia matriz Santa Catalina, al punto de llevarla al abandono. El curso de su posible expiración lo evitó la congregación franciscana, que asumió la responsabilidad de hacerse cargo de ella. Este compromiso se formalizó cerca de dos décadas después, en 1937.

Fuente: Variedades, Semanario del Diario Oficial El Peruano, Año 103, 3a etapa, N° 204, pp. 12-13.